Me he pasado una gran parte de mi carrera profesional juzgando las ideas de los demás. Intentando escudriñar qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Intentando convencerme de que eso que me gusta tanto, quizás no le guste al público. O de que eso que me parece regulero, al cliente le puede funcionar. Todavía no sé muy bien cómo se hace, pero sí tengo clara una cosa. Bastante básica y absurda, por cierto: para que te guste una idea, primero tienes que querer que te guste. Es decir, ir predispuesto a que te va a gustar. Tengas el día que tengas. Te caiga mejor o peor la persona que te está contando la idea. Luego siempre estás a tiempo de mandar todo a la mierda.
Eso me pasa con los libros, las películas y las series: quiero que me gusten. En el caso de Querer, quería. Y menudo acierto, oigan.
Me ha gustado tantísimo, que iba a haber escrito este post la semana pasada cuando aún no se había estrenado el episodio final, pero comprenderán ustedes que la urgencia del Caso Ángel Gaitán merecía toda mi atención. Hubiera sido bastante absurdo -aunque, en realidad, coherente con la línea editorial- escribir la crítica antes de ver toda la serie, pero es que el tercer capítulo me pareció tan potentísimo que pensé que era mejor avisar para que se vieran los tres primeros capítulos de una sentada y rematar con el estreno final. Pero uno, que está degenerando en comunicador de raza, es esclavo de la actualidad.
A estas alturas del hiperconsumo audiovisual, se agradecen las series en formato anglosajón y sus temporadas bien comprimiditas en seis episodios. Querer tiene cuatro, todavía mejor. Es una serie brutal, de las más violentas que recuerdo, sin mostrar en ningún momento esa agresividad que invade muchas escenas y que sobrevuela cada minuto. La sutileza se demuestra también en la concreción. No es necesario dar vueltas y vueltas y mostrar explícitamente la violencia en flashbacks que resultarían redundantes.
La serie, evitando spoilers, va de una señora con la vida resuelta, con su pisazo, con sus hijos ya criados, con su posición social, que decide denunciar a su marido por violación continuada durante más de tres décadas de matrimonio. Esta señora está interpretada de forma magnífica por Nagore Aramburu, como Miren, que espero y deseo que se lleve todos los premios habidos y por haber. Pero también espero y deseo que no acapare todos los focos y que haya alguno que alumbre a un Pedro Casablanc, en el papel de Íñigo Gorosmendi, tremendamente odiable en su contención, aunque bastante poco euskaldun, todo hay que decirlo. Cuando veo a Casablanc, siempre recuerdo a un jugador de la NBA y de la ABA al que llamaban Marvin “Bad News” Barnes. La aparición de Casablanc en una pantalla también es sinónimo de Bad News, pero pocas veces como en esta serie. ¿Habré tenido yo comportamientos gorosmendianos en algún momento? ¿Y mis amigos? ¿Y mi entorno? Acojona.
Querer es una clase magistral en la asignatura de desequilibrios familiares. Entre padres e hijos, entre hermanos y, sobre todo, entre la pareja. Si pueden, les recomiendo que la vean con su chico/a. Porque pone de manifiesto un tema del que se ha hablado sobradamente en Can Piñol: qué importante es la independencia económica para poder dar un portazo cuando la cosa se pone fea. En realidad, Miren puede irse de casa porque ha muerto su madre y ha heredado su piso. Si no, es muy posible que no hubiera reunido el valor para denunciar a Íñigo: no tenía dónde caerse muerta.
Fortísimo aplauso para Alauda Ruiz de Azúa, que ya nos gustó mucho en la dirección de Cinco lobitos, pero que aquí nos ha dejado con la boca abierta. Más allá de la sensacional dirección de actores, consigue generar el agobio y el mal cuerpo de un thriller a través de una puesta en escena sin colorantes ni conservantes, sutil y brutal, y siempre en modo verdad verdadera como una compañía telefónica a la que dediqué los mejores titulares de esa carrera profesional basada en el juicio de lo ajeno.
La vi estas navidades y todo lo bueno que puedas decir sobre ella se queda corto. Debería ser obligatorio verla.